lunes, 19 de octubre de 2015

F. Liszt: Harmonies Poétiques et Religiesuses, nº 7 Funérailles

Evgeny Kissin, piano

Es probable que el carácter devoto de su madre y precoces lecturas como la célebre Imitación de Cristo, exacerbaran la religiosidad del joven Liszt y le impulsaran a buscar la ascesis solitaria en pos de su unión mística con Dios. En una carta dirigida a la princesa Sayn-Wittgenstein, recordaría que, con sólo diecisiete años, abrigaba ya el deseo de ingresar en el seminario de París, vivir la vida de un santo y, quizá, morir como un mártir. El tráfago mundano, su ajetreada existencia de virtuoso, impidieron el cumplimiento de tales anhelos, pese a lo cual la luz santa de la Cruz nunca dejó de guiar sus pasos.
La batalla central de la existencia de Liszt, en efecto, se debatió en el terreno religioso y fue la música el cauce a través del cual expresó sus más hondos sentimientos. Resulta ilustrativo recordar a este respecto su estancia en el castillo de La Chênaie, como huésped del abate de Lamennais, bajo cuyo influjo aprendió la filosofía de la música, el sacerdocio del arte y se concienció de la responsabilidad que, como centinela del Altísimo, se le imponía de velar, orar y laborar sin descanso. Imbuido de la idea de que el arte por el arte, sin sus miras puestas al servicio de Dios, era un absurdo, tomó entonces la determinación de conducir a los fieles ante las sublimidades sacras.
En este contexto debemos situar la admiración de Liszt por Alphonse de Lamartine (1790-1869), ídolo espiritual de su primera juventud, y con el que trabaría amistad gracias a los oficios de la condesa d'Agoult. De la sintonía entre ambos da fe la visita que ésta y el músico hicieron al poeta en Saint-Point sur Sâone, en el verano de 1837. Es sabido que durante esa velada, tras los postres, Liszt interpretó Harmonies du Soir, pieza dedicada a Lamartine, y que éste con meliflua dulzura leyó Bénédiction de Dieu dans la Solitude, de su recopilación de Harmonies Poétiques et Religieuses, publicada en 1830.
Lamartine había concebido esta colección en Florencia, en 1826, como un himno de gratitud hacia Dios. Forman sus sesenta y ocho poemas una serie de salmos modernos en los que el poeta de Saint-Point evocó diversas impresiones de la naturaleza y de la vida sobre el alma humana, cuyo origen radica en la contemplación de Dios. No es de extrañar, pues, que, ávido de espiritualismo meditativo, Liszt bebiera en tales poemas para componer este monumental políptico pianístico, una obra cuyo carácter visionario la convierte en una de las cimas del misticismo romántico.

Su accidentada génesis, que se prolongaría durante casi veinte años, comenzó alrededor de 1833. Gracias a la mediación de Joachim Raff, la antología sería finalmente publicada por Kistner, en Leipzig, a mediados de 1853. Dedicadas a la princesa Sayn-Wittgenstein, las diez harmonies que componen la colección -I. Invocation (1847). II. Ave Maria (1846). III. Bénédiction de Dieu dans la solitude (1847). IV. Pensée de Morts (1833-1850). V. Pater Noster (1846). VI. Hymne de l'enfant à son réveil (1840-1853). VII. Funérailles (1849). VIII. Miserere d'après Palestrina (1851). IX. Andante lagrimoso (1850). X. Cantique d'amour (1847)-, aparecieron entonces divididas en siete partes.

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