viernes, 4 de abril de 2014

Ludwig van Beethoven: Concierto para piano nº 4 en sol mayor, op. 58

Mitsuko Uschida, piano
Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera
Mariss Jansons, director


Beethoven compone su cuarto concierto para piano entre 1805-1806, durante uno de los períodos más productivos de su vida, al mismo tiempo que trabaja en un gran número de obras características de su período central, tales como la cuarta, quinta y sexta sinfonía, el concierto para violín, los tres cuartetos para cuerdas “Rasoumovsky”, y la sonata para piano “Appassionata”.
Con treinta y seis años, su sordera empeora progresivamente, aunque no tanto como para verse obligado a interrumpir sus actuaciones en público. Considerado todavía como el virtuoso del teclado más importante en Viena, escribe esta obra exclusivamente para sí mismo, al igual que había hecho con los tres conciertos precedentes.
Fue interpretado por primera vez en un concierto privado en la residencia de uno de los mecenas de Beethoven en Viena, el príncipe Joseph von Lobkowitz. El estreno público oficial tuvo lugar, sin embargo, en el memorable concierto del 22 de diciembre en el Teatro de Viena en el que Beethoven hizo su última aparición como solista con orquesta, estrenando también la Fantasía en do menor op. 80 para piano,   coro y orquesta, la quinta y sexta sinfonías, dos secciones de la misa en Do mayor, el aria de concierto “Ah! Perfido”, la fantasía op. 77 para piano solo y otras obras empranas, sin olvidar, por supuesto las excelentes improvisaciones de Beethoven al piano. El compositor vienés Johann Friedrich Reichardt estuvo sentado junto al príncipe  Lobkowitz a lo largo de las cuatro horas y media que duró este maratoniano concierto, y nos ha dejado sus impresiones acerca del acontecer de la velada: “Beethoven interpretó su nuevo concierto increíblemente bien y rápido, aunque la audiencia no estuvo receptiva con la mayoría su música”. De hecho, el cuarto concierto para piano produjo una impresión bastante negativa, cayendo completamente en el olvido hasta 1836, año en el que un joven Félix Mendelssohn, al igual que había hecho con otras tantas obras maestras, lo rescata de su injusto olvido interpretándolo en Leipzig. En esta ocasión está entre el público un joven de 26 años de edad llamado Robert Schumann quien, absolutamente hechizado por la obra, nos cuenta: “Permanecí sentado en mi sitio sin mover un músculo y sin ni siquiera respirar”.
Podríamos decir que en los tres conciertos precedentes la viveza y notoriedad son la marca de la casa, mientras que la majestuosidad y esplendor son características del quinto y último concierto (Emperador). En el cuarto sin embargo, es la serenidad la característica predominante. Menos demostrativo que sus compañeros, es al mismo tiempo original e innovador a la par que audaz, mostrando una preferencia por el drama interno en detrimento de la exhibición superficial. El carácter íntimo que estará presente a lo largo de toda la obra se manifiesta aquí desde el primer movimiento, Allegro moderato, en el que el piano comienza con un tema impregnado de tranquilidad y contemplación. El gesto dura lo suficiente para anunciarnos que va a ser éste un concierto diferente de los otros, con un carácter mucho menos extrovertido del que el público de 1806 estaba acostumbrado a escuchar. Mucho se ha comentado acerca de este principio, por la relación del motivo inicial de cuatro notas con el famoso tema de la quinta sinfonía del autor. Sin embargo la naturaleza del mismo es aquí manifiestamente distinta, mostrándose Beeethoven a través de un lirismo sin precedentes desde el inicio hasta el final del movimiento. La orquesta entra a continuación de manera tímida, en pianissimo, entablándose así una conversación que nunca abandonará este clima. Solamente una vez el piano exhibe su autoridad levantando la voz, repitiendo el tema inicial en fortissimo al principio de la recapitulación, para disolverlo al instante en un pianissimo dolce.
El segundo movimiento, Andante con moto, a pesar de ser uno de los más cortos de la literatura concertante, es también uno de los más elocuentes. En su libro “Sobre la verdadera manera de interpretar las obras para piano de Beeethoven” (1848), Carl Czerny (casualmente uno de sus alumnos) afirma que “en este movimiento (que, al igual que el resto del concierto, pertenece a una de las creaciones más bellas y poéticas beethovenianas) uno no puede evitar pensar en una escena antigua y dramática. En ella el intérprete necesita sentir la expresión de lamento inherente a su parte y establecer así el contraste adecuado con los poderosos y austeros pasajes orquestales”. Franz Liszt, a su vez alumno de Czerny, comparó este Andante con la súplica de Orfeo al dios del infra-mundo en un intento desesperado por rescatar a su amada Eurídice de las garras de la muerte. La cuerda, en dinámica fortissimo, introduce en unísono un tema amenazante en octavas desnudas y stacatto.
El piano implora con tono suave y doloroso. Sucesivamente la orquesta, representante del dios de los muertos (Hades), va cediendo en su ira y conmoviéndose hasta claudicar finalmente, tras un lamento lacerante expresado mediante un trino del solista, a la elocuencia persuasiva de Orfeo. Esboza ahora sólo el motivo inicial del movimiento, en pianissimo, “arrodillándose” ante el arpegio final del piano en un mi menor desgarrador. Lo que empezó como un conflicto se convierte en una comunión.
El Rondo final, en tempo Vivace, aparece sin solución de continuidad. Con un encanto casi más propio de Haydn el tema principal, tranquilo aunque con un toque ligeramente travieso, es presentado brevemente por las cuerdas y retomado enseguida por el piano, introduciendo a su vez un segundo tema de carácter brillante. A lo largo de todo el Rondo predomina de nuevo el gran lirismo e ingenio de Beethoven, mostrando en este concierto su fuerza a través de sugestiones sutiles en ilimitados recursos que son controlados deliberadamente, más que en una exhibición de brillantez y virtuosismo. Una muestra más del carácter sutil, sugestivo y multifacético del compositor de Bonn.

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