viernes, 11 de abril de 2014

Johannes Brahms: Sinfonía nº 4 en mi menor, op. 98

Orquesta Sinfónica de la Radio Bávara
Lorin Maazel, director


Johannes Brahms (1833-1897) está considerado como el último de los clásicos. En sus composiciones, Brahms aúna la tradición de Mozart y Beethoven. Su Cuarta Sinfonía es una obra de madurez.

Brahms necesitó veinte años para terminar su Primera Sinfonía. En ese momento tenía ya 43 años. En sus tres sinfonías siguientes emplea también mucho tiempo, un total de ocho años. Brahms escribe la Cuarta Sinfonía entre 1884 y 1885 y con ella alcanza el momento cumbre de su actividad creativa. Tras la muerte de Richard Wagner, se convierte en el compositor más relevante del momento.

La Sinfonía nº 4 en mi menor, opus 98 posee una gran musicalidad y enorme belleza sonora. Con ella, Brahms enriquece la expresión musical en la orquesta. Esta sinfonía es su última gran obra. Está dividida en cuatro movimientos:

       I.            Allegro non troppo (mi menor)

    II.            Andante moderato (mi mayor)

 III.            Allegro giocoso - Poco meno presto - Tempo I (si bemol mayor)

  IV.            Allegro energico e passionato - Più Allegro (mi menor)

De las cuatro sinfonías, es la última la que tensa al máximo la emoción del poeta y del orfebre. Los temas que la abren y la cierran tienen, en su propio origen, la clave íntima de la Música que entre uno y otro circula. Desde el primer compás del Allegro non troppo, los violines “cantan” una vieja melodía popular alemana: “O, wüsst’ ich doch den Weg zurück”. Al inicio del último tiempo, Allegro energico e passionato, vientos y maderas entonan un coral de Bach, de la Cantata BWV 150, “Nach dir, Herr, verlangen mich”. “Weg” y “verlangen” son palabras clave: “camino” y “anhelar”: “¡Ojalá supiese el camino de vuelta! Hacia ti, Señor, camina mi anhelo”. Los violines transmiten este deseo de regreso al hogar, al inicio mismo de la propia existencia. El solitario Brahms lucha con el destino: melancolía y drama combaten en aquella impresionante estructura de sonata que es el primer movimiento. Sonata libre, en todo caso, ya que Brahms transforma la sección de desarrollo en un inacabable contrapunto de violonchelos. Y para la cosa, que retoma la sencilla canción en un majestuoso contrapunto de violonchelos, contrabajos y trompas, despliega Brahms el máximo poder orquestal: cuatro fuertes pulsaciones del timbal ponen fin al drama. Las trompas, en do mayor, anuncian el Andante moderato, en el cual no tarda en convertirse en la tonalidad principal una frase del clarinete sobre pizzicato de las cuerdas: mi mayor, frente al mi menor precedente. Esta meditación serena hace referencia a esa armonía constante entre lo antiguo y lo nuevo que resume el pensamiento brahmsiano. Si al encuentro del modo frigio y de la tonalidad de mi mayor podríamos atribuir un acuerdo tan capital, a la melodía que de ahí surge, a partir de los tresillos (flautas/cuerdas/trompas) y es cálidamente sumida por el violonchelo, no podemos sino concederle este calificativo: lirismo. Pero no incurre Brahms en ningún exceso, ya que en el Allegro giocoso se rompe aquel sentimiento a favor de un espíritu de fiesta, de danza gozosa. El triángulo, el piccolo y el contrafagot aportan un color insólito a todo el sinfonismo brahmsiano anterior. La idea de hacer seguir a esta música gozosa otra música sombría será reutilizada por Chaikovski (en su “Patética” y por Mahler (en su Novena sinfonía). Era nueva cuando Brahms la aplicó a esta Cuarta sinfonía. Y lo era hasta el extremo de que algunos amigos le recomendaron publicar el último movimiento del opus 98 como obra independiente.

Parecía inconcebible que una passacaglia tan severa pudiera culminar una sinfonía de climas tan diversos: drama – lirismo – fiesta. Pero, como he indicado antes, aquí se encuentra la respuesta a toda la composición. El solemne coral bachiano  - ocho blancas con puntillo –  se descubre en las treinta variaciones y coda como un perfecto colofón a una obra resumen y frontera a la vez. Resumen de una tradición, de la propia vida musical de Brahms: de la sonata al contrapunto, del Lied a la danza. Frontera de unas audacias armónicas que Schoenberg no tardaría en recoger. Y en el centro, para citar palabras del musicólogo Hermann Kretzschmar, “una composición sobre el tema de la futilidad humana, que Brahms, como antes Johann Sebastian Bach, no dejaba de contemplar nunca”.

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