miércoles, 20 de febrero de 2013

Wolfgang A. Mozart: Andante del Concierto para piano nº 21 en Do mayor KV 467

Ragna Schirmer, piano
Orquesta Sinfónica de la MDR
Fabio Luisi, director

A pesar de su brillantez indudable, lo cierto es que los conciertos de Haydn carecen de la personalidad que hallamos en los de W. A. Mozart. También este compositor, en el curso de su vida, fue evolucionando hacia formas cada vez más ricas y perfectas; si atribuimos a Mozart una vida activa de unos veinticinco años como compositor, podremos observar como en la mitad de tiempo de actividad que Haydn su evolución fue mucho mayor. El concierto fue objeto constante de la atención de Mozart, y especialmente el de piano y orquesta, sobre el que llamó su atención la personalidad de Johann Christian Bach.
El elemento más destacado es el relativo a la técnica instrumental cada vez más compleja que Mozart exige a los intérpretes que quieren abordar sus conciertos, algo que hasta esta época había tenido un carácter bastante secundario en la práctica musical pero que ahora empieza a ser un nuevo factor en la creación cuyas consecuencias, todavía imprevisibles en tiempos de Mozart, llegarían a alterar profundamente las relaciones entre intérprete, compositor y público. Hasta la generación inmediatamente anterior a Mozart, la música era un arte destinado a suscitar en las personas que la escuchaban unas determinadas sensaciones estéticas que los teóricos del momento no vacilaron en calificar de bellas. La finalidad de la música era complacer, resultar agradable y comprensible, y también, de modo secundario, ser asequible a los intérpretes medianamente dotados. Salvo excepciones que ya empezaban a surgir en el horizonte, la música, tanto instrumental como vocal que se publicaba o daba a conocer en la mayoría de los salones y círculos privados o semiprivados de la sociedad de la época, no estaba destinada a los artistas de dotes excepcionales que a veces surgían en determinadas poblaciones o recorrían las principales capitales, sino al dilettante, al amante de la música capaz de desembolsar unas cuantas monedas por una partitura impresa y de aprendérsela en su casa para interpretarla posteriormente ente el círculo, pocas veces exigente, de sus amistades, o para hacerla interpretar a músicos de ocasión, reunidos en el domicilio privado con motivo de alguna fiesta familiar. Muchas de las sonatas y sonatinas, de las pequeñas piezas y fragmentos que podían oírse en cualquier casa en aquellos años ya terminales del siglo XVIII eran de fácil interpretación; un pianista con una capacidad mediana para la lectura a primera vista podía tocar, sin muchas vacilaciones, su parte, y las partes orquestales podía suplirlas la rutina de cualquier aficionado que manejara adecuadamente un par de instrumentos.

Mozart no fue el primero que dio a las partes de sus conciertos una dificultad creciente, pero sí uno de los compositores que más empujaron por lograr unas intervenciones solistas que tuviesen verdadero nivel y fuesen técnicamente complejas y difíciles. No siempre fue así, especialmente en sus primeros años, porque algunas de sus obras estaban destinadas a intérpretes amateurs, siguiendo la práctica tradicional de la buena sociedad dieciochesca.

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