miércoles, 20 de febrero de 2013

Antonín Dvořák: Sinfonía nº 9 en Mi menor Op. 95 "Del Nuevo Mundo"




Orquesta Filarmónica de Nueva York
Lorin Maazel, director

Escrita entre enero y mayo de 1893 y estrenada el 15 de diciembre de 1893 en el Carnegie Hall neoyorquino con la Orquesta Filarmónica de Nueva York bajo la dirección de Anton Seidl, la Sinfonía del Nuevo Mundo requiere los siguientes efectivos orquestales: 2 flautas (una de ellas también toca el piccolo), 2 oboes (uno de ellos también toca el corno inglés), 2 clarinetes, 2 fagotes, 4 trompas, 2 trompetas, 3 trombones, tuba, timbales, platillos, triángulo y sección de cuerda.
En el momento en que Dvořák entró en la escena musical europea todavía era patente la influencia de las tendencias reformadoras de Liszt. Subrayando la necesidad de vincular la música a temas que le fuesen externos, el poema sinfónico logró imponerse durante algún tiempo mientras que la forma “sinfonía” entró en un pretendido declive. Sin embargo, compositores como Brahms y Bruckner se encargaron de desmentir tales suposiciones con unas producciones sinfónicas que, aun siendo conceptualmente contrapuestas, rebasaron los prejuicios estéticos de su tiempo por la riqueza y densidad de su contenido.
 La evolución de Dvořák  como sinfonista puede seguirse a través de los diversos períodos creadores a los que pertenece cada una de sus obras. Sus tres primeras sinfonías fueron compuestas desde 1865 hasta 1873 y en ellas se advierte una clara influencia de Wagner y Liszt, sobre todo en la Tercera. Después sigue un período de creación de música de carácter nacional, entre 1874 y 1882, que se corresponde con las sinfonías cuarta, quinta y sexta, siendo esta última una de las primeras cimas del Dvořák  sinfonista. La Séptima pertenece a un período intermedio en el cual el músico atravesó una profunda crisis personal y en donde se refleja esa fase convulsa de su vida. El período comprendido entre 1886 y 1891 supone una vuelta del compositor a la música de carácter nacionalista y fruto de ello es su maravillosa Octava que, junto con la Séptima, son consideradas las obras maestras absolutas del autor en este género.
En América, ejerciendo Dvořák  sus actividades en el Conservatorio  de Nueva York, se enfrenta con experiencias nuevas que van a dejar una muy visible huella en la obra que cierra el ciclo sinfónico del maestro checo. La Novena Sinfonía es la gran obra americana de Dvořák, siendo un completo éxito desde su primera audición. Cronológicamente se sitúa entre el Te Deum y el Cuarteto de cuerda en Fa mayor. Aunque conserva un carácter personal bien reconocible en algunos temas, en la armonía y en la orquestación, Dvořák  adapta en ella con notable homogeneidad elementos melódicos norteamericanos — más bien una imitación de los mismos. Emplea fórmulas típicas como el ritmo punteado, las síncopas y ciertos modos (pentatónicos y menores naturales) y la coloración orquestal es también del todo moderna. Ciertamente, esta sinfonía nunca hubiera sido escrita como realmente es si Dvořák  no hubiese estado en EEUU, aunque podemos afirmar que la obra pertenece, a partes iguales, al Nuevo Mundo y a la Europa Central. Con ello, la Sinfonía del Nuevo Mundo es, con razón, la Sinfonía del Mundo Entero. Su justificada popularidad ha cometido, ciertamente, el agravio de ocultar algunas otras sinfonías de Dvořák, especialmente la Séptima que, a juicio de muchos especialistas, es la joya del legado sinfónico del compositor. Finalmente comentar que la obra fue publicada por Simrock como la nº 5 y la corrección de pruebas fue efectuada por Brahms.
PRIMER MOVIMIENTO: Adagio-Allegro molto: Unos compases sordos en la cuerda, una respuesta en la madera con llamada de trompa en medio; un silencio y, súbitamente, una serie de vigorosos sobresaltos divididos entre la cuerda, los timbales y los instrumentos de viento. Luego, entre dos frases ornamentales de sextas en las flautas y oboes, un tema sincopado y con ritmo de puntillo se esboza en la trompa, del que saldrá el tema principal del Allegro, una frase — formada casi en arpegio en la trompa, en 2/4 — seguida de una respuesta en los clarinetes y los oboes. Este será el tema cíclico a lo largo de toda la obra, el que estará presente de forma más o menos ostensible en cada uno de los movimientos. Por su carácter, el tema es típico de Dvořák; pero por su ritmo, el tema revela su influencia americana. Repetido y ampliado de diversas maneras, su segunda parte se desmultiplica y sirve de célula básica para el segundo tema, que surge en sol menor en flautas y oboes con ritmo de polka, aunque su modalismo (Menor natural) es típicamente norteamericano. Tras unos compases de alegría aparece un nuevo tema en la flauta que está ligado con el tema inicial y que resonará a plena potencia antes de la repetición. Durante la misma, el motivo de la polka modula a sol sostenido menor mientras que el de la flauta es expuesto en La bemol mayor, antes de que vuelvan los dos a su tonalidad original tras una fogosa y resonante coda.
SEGUNDO MOVIMIENTO: Largo: En 4/4, es el movimiento más célebre de la obra y el más típicamente norteamericano. Dvořák  se inspiró en el poema de Longfellow, El Canto de Hiawatha, especialmente en la escena de los funerales en el bosque. Luego de un grandioso coral modulante en los instrumentos de metal, el corno inglés, en Re bemol mayor, canta la bellísima y nostálgica melodía que posteriormente se popularizó en EEUU, convirtiéndose en la canción Going home. La parte central deja escuchar primero un arabesco en las flautas y los oboes que da vueltas alrededor de una nota pivote (Do sostenido). Después una nueva melodía, lírica pero más sombría, aparece en la madera y después en la cuerda. La culminación del movimiento es el episodio pastoral en Do sostenido mayor que comienza con los staccati de los oboes seguidos por trinos y notas repetitivas. La orquestación se amplía y los metales declaman el tema principal del primer movimiento, con lo que se produce el primer retorno cíclico. Finalmente, vuelve la melodía del corno inglés en la que ahora participan los violines para que, posteriormente, el coral de los metales intente cerrar la coda.
TERCER MOVIMIENTO: Scherzo (Molto vivace): Dvořák  ha querido retratar una “escena de bosque”, una danza de “pieles rojas”. El frenesí de la danza está presente en este movimiento pero, al contrario que en el anterior, no contiene específicas referencias a la música norteamericana. Parece heredar, por el contrario, los scherzi beethovenianos — particularmente el de la Novena — con esos saltos en staccato. En conjunto, la parte principal tiene dos episodios bien diferenciados: El primero se repite; el segundo, en Mi mayor, deja escuchar una ligera melodía en la flauta. Después de un breve retorno al tema del comienzo en tutti, un pasaje transitorio da paso en la trompa al tema cíclico de la obra. La parte central del scherzo es una danza de Europa Oriental, con claras referencias a las palomas (La auténtica pasión del compositor) en los trinos del segundo motivo. Después se repite toda la primera parte del scherzo, en modo mayor y menor, y la coda vuelve a encontrar el tema cíclico que va pasando repetidas veces por las distintas familias instrumentales.
CUARTO MOVIMIENTO: Allegro con fuoco: El finale es una síntesis de los elementos temáticos y de las fuentes de inspiración, ya sean europeas o americanas. Los primeros compases, en crescendo, suponen una toma de impulso para preparar el tema principal, monolítico y austero, enunciado por la sección de metal y marcado rítmicamente por los timbales. Luego de una serie de paráfrasis, surgen unos pasajes en tresillo que aportan un dinamismo más fluido y aligerado. Un diminuendo nos lleva a una melodía contrastante, circunstancialmente pensativa en el clarinete y que es repetida por los violines. La citación de una célula extraída de la parte central del Scherzo produce un nuevo cambio de atmósfera, avivada por los trinos en su repetición. Vuelve a aparecer la melodía del Largo aunque con un ritmo más danzable. La compleja densidad orquestal se va restituyendo progresivamente con la vuelta del tema del final. Una modulación a Mi mayor en el registro bajo de los violines nos trae la melodía pensativa que antes había entonado el clarinete. La mezcla de los temas principales de la obra se va cerrando cada vez más, imponiéndose el tema cíclico a partes iguales con el tema del final.

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