miércoles, 26 de diciembre de 2012

Tomás Bretón: Preludio de "La verbena de La Paloma"

Gran Orquesta Sinfónica
Ataúlfo Argenta, director 


La verbena de La Paloma, Sainete lírico en un acto, y en prosa, con texto original de Ricardo de la Vega y música de Tomás Bretón, fue estrenada el 17 de febrero de 1894 en el Teatro Apolo de Madrid.
Según parece el argumento se basa en una historia real ocurrida al cajista de la imprenta en donde Ricardo de la Vega imprimía sus obras y sitúa la historia de amor y celos en los alrededores de la Fuentecilla en donde por lo visto había un boticario verdadero, famoso por sus amoríos en una edad en que estaba ya para retirarse. Con esos mimbre cuajó el autor un sainete “redondo”, prácticamente no hace falta recordar un argumento que está en el alma de Madrid máxime cuando en su título completo La verbena de La Paloma o el boticario y las chulapas y celos mal reprimidos se condensa todo y así, parafraseando a Salvador Valverde, “el primer título ‒La Verbena de la Paloma‒ descubre su ambiente, el segundo ‒El boticario y las chulapas‒ declara sus personajes, y el tercero ‒Celos mal reprimidos‒ denuncia el asunto”. Siguiendo con Valverde, es cierto que el magnífico costumbrista que era Ricardo de la Vega dio a Bretón, personajes, tema y ambiente para trazar una partitura de carácter popular, “a lo Chueca”, pero no es menos cierto que el prestigioso compositor de óperas, los aprovechó en grado sumo, identificándose con ese pueblo altivo y señorial que le servía de modelo y usando un lenguaje musical tocado de la emoción, la gracia y la belleza. El músico sabio y preocupado de la técnica, el operista que muchos consideraban “tedioso”, dio un mentís a sus enemigos, demostrándoles que no era tan difícil hacer música fácil. Él la compuso fácil y pegadiza para que el pueblo la cantase, pero sin hacer concesiones al mal gusto. No hay una melodía en su obra que no exprese un sentimiento legítimo del pueblo. Todos los diálogos y dúos de Julián con su madrina y consejera, la señá Rita, llevan el acento de la verdad, persuaden y conmueven hoy como el primer día. Y para destacar lo mejor de la obra habría que detallar todos sus números y hasta sus recitados sobre base musical como “el bueno está la política” del sereno y los guardias, o la flamenquería de “en Chiclana me crié” o los concertantes de coros y solistas, pero no se puede por menos que señalar el preludio como anunciador y aglutinante de la obra, las seguidillas “por ser la Virgen de la Paloma” auténtico himno de Madrid, la habanera “Donde vas con mantón de Manila”, el quejío de Julián consolado por la señá Rita “También la gente del pueblo” o el dúo entre ambos “Ya estás frente a la casa” y que decir del “tiene razón Don Sebastián” de Don Hilarión seguido de sus celebérrimas coplas “Una morena y una rubia”.

En el Foro Nueva Zarzuela el 27 de abril de 2006 Juan José Rodríguez de los Ríos escribió lo siguiente sobre esta zarzuela “La música de La verbena de La Paloma es de lo más inspirado con que cuenta el género chico, aunque el propio Bretón al colocarse en el foso del Apolo la noche del estreno, comentó en voz baja con notable preocupación: "Me parece que en esta ocasión me he equivocado". Y no es que extrañe su comentario, porque don Tomás había criticado el género de forma despiadada en cuanta ocasión creía oportuna, como uno de los males de la música española de su tiempo. Lo bueno, aún en contra de sus principios, es que Bretón nos legó una partitura tan bien estructurada; verdadero goce del oyente o espectador. El preludio da comienzo con un "presto" del tema del dúo entre Julián y Susana: "¿Dónde vas con mantón de Manila?"; luego le siguen otros temas de la zarzuela, hasta que se retoma el principal para finalizarlo con alguna influencia de Rossini. Alegre es la música del diálogo entre don Hilarión y don Sebastián, que cambia radicalmente cuando intervienen Julián y la Señá Rita, que cuenta con un acompañamiento armonizado muy ricamente. Toda la impotencia causada por los celos de la mujer amada está resuelta de forma magistral por el salmantino, cuando el barítono dice "También la gente del pueblo tiene su corazoncito" y que decir del concertante, en que cada grupo refleja sus propios sentimientos: excepcional. El tema de las seguidillas, cantado por el coro, es vivaracho y alegre; tan popular que asombra en su elegante factura. El monólogo de don Hilarión está concebido -como todos los números de esta joya musical- con un derroche de ingenio en la instrumentación del mismo. De complejo puede denominarse el preludio del siguiente número musical, al que sigue un piano iniciando unas soleares con "cantaora" incluida, que culmina el coro con un tema festivo, culminado por unos compases a gran orquesta. El nocturno con la escena del sereno, los guardias; la estupenda noche que espera don Hilarión; las dos chulapas, etc. resulta tan descriptivo que sobran palabras para ensalzarlo. La culminación de la obra la logra el famosísimo dúo entre los enamorados, aderezado con el complejo concertante en el que se escucha el tema central de la habanera. Según mi opinión, la orquestación de esta obra es muy superior a las que acostumbra el género chico. La gran versión discográfica, también según mi opinión, es la dirigida por Argenta, aunque Césari -en la de Moreno Torroba- seduce por su expresividad, tan matizada como la mayoría de personajes que ha encarnado en disco.
Curiosamente esta obra antes de su estreno ya causaba expectación por la fama de sus autores y por los avatares que sufrió, es más esa expectación pudo tener algo de mala conciencia en algunos críticos que auguraban un fracaso por atreverse con el género chico un “clásico”, con alguna fama de “plasta”. Según la versión más plausible (Marciano Zurita en “Historia del género chico” que recoge Juan Arnau en su “Historia de la Zarzuela”, el libreto se había ofrecido a Chapí que lo musicó, pero de forma “rozagante y belicosa que se daba de cachetes con el madrileñismo de los tipos creados por Ricardo de la Vega, este, enfadado, le retiró el libreto que terminó en manos de Bretón porque tampoco lo quiso Chueca para no disgustar al “chiquet de Villena”. La música ya compuesta para La verbena de La Paloma se utilizó luego en El tambor de Granaderos, también extraordinaria pieza pero radicalmente distinta de la que nos ocupa. Recoge Arnau en la obra precitada que Ricardo de la Vega gran amigo de Barbieri le comentaba las aventuras de su libreto y cuando el músico se enteró de que lo entregó a Bretón le dijo “¡Pero Ricardito! ¡Bretón musicando un sainete! ¡Vaya por Dios! ¡Música sabia en un sainete tuyo! Nada, nada Bretón no tié ropa.” Igualmente relata la conversación de ambos el día 18, el siguiente al estreno y el anterior a la muerte de Barbieri: “¿Qué tal anoche, Ricardito? ¡Una apoteosis, maestro! Algo inaudito, increíble. Estamos asustados. Pero....¿La música también? ¡La música, la música! Es formidable, magnífica, un modelo de ambiente, de madrileñismo. No cabe más. Pues hijo, con el alma me alegro, pero nunca lo hubiera creído; porque ya sabes: para mí, Bretón, no tié ropa”. Tras el estreno Bretón fue acompañado a su casa por gran parte del público que había asistido a la función y que no dejaba de aclamarle. Desde entonces, siglo y pico después, no ha disminuido un ápice su estima y su popularidad, y eso que se ha prodigado en múltiples versiones discográficas e incluso cinematográficas y en producciones más o menos respetuosas como la de Bernardo Sánchez para el Teatro de la Zarzuela y que mereció el artículo “No era la Verbena” de José Prieto Marugán en Opus Música, siendo aplicable el cuento a otras producciones, como la de Bieito, porque una cosa es adaptarse a los tiempos y otra destrozar la naturaleza de una obra, esa adaptación se puede realizar en ambos sentidos, pues si la montaña no viene a Mahoma es decir si La verbena de La Paloma no se incrusta en el año 2007, Mahoma puede ir a la montaña, o sea el espectador de 2007 es el que más o menos conscientemente puede hacer esa traslación. El teatro sabe mucho de “lugares entendidos”, y así el espectador no ignora que la acción de los tres actos de una comedia no transcurren en hora y media ni que Adolfo Marsillach no es Tartufo, pero hace intelectualmente una adaptación automática y natural y no pasa nada, no hay que cargarse “el espíritu de la Ley”.

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